dijous

Nada


Coger dos trenes cada mes,

perder 16 horas para disfrutar

de instantes breves.

Cambiar de ciudad,

de mar.

Jugar al doble o nada

y ganar la nada

(aderezada con pena).

Poseer más idealismo

que sentido común,

tener las muelas del juicio a media asta,

(como de luto: murió la razón).

Cambiar mi plan de vida

por un polvo de una noche.

Volver a apostar a doble o nada...

doblar los ahorros de nada.

Enarbolar la bandera de los buenos propósitos,

verla desteñida, raída...

un trapo sinsorgo.

Invertir meses en recupera ganas,

euros, sonrisas,

teléfonos, cafés.

Empezar a revivir.

Sucumbir nuevamente

a la ludopatía emocional.

Recuperar mis vicios: apuestas a doble o nada.

Convertirme en un maestro de la derrota,

en un magnate de la nada.

Homenajear a las avestruces,

esconder mi cabeza para pasar inadvertido,

huir entre corriendo y volando

de tanto depredador...

Temblar de miedo si me acechan,

temblar de rabia si me ignoran,

temblar de tristeza

por tener el mismo temple que un flan.

Dejar de apostar.

Nadar entre la nada y sentirme a gusto:

es indolora.

Ningunear a mi entorno,

romper cadenas familiares,

desanudar lazos de amistad...

Dedicarme por entero a la pereza,

idolatrar el no hacer nada.

Tener cada vez más nada.

Diluirme en tan peculiar fortuna.

Desaparecer.

Queda nada.


Imatge: The U.S. National Archives