divendres

Estrategia, rudeza

Aún en los albores de un sinfín de temblores que invaden todo el cuerpo, pavor sin fundamento, vacilación idiota por situación angosta, sentirme un gilipollas que ha perdido las cotas del racional hacer, por osar bajar guardia al ver una falacia de frases adornadas con besos empapados de etílicos sabores, que despiertan fulgores en un poeta sin verso, que finge ser converso de una patología que roza la apatía, promiscuo en sus reflejos, esclavo de los tejos de aquél que se los lanza, quizá a modo de chanza.
Y el rato vergonzante lo siento tan punzante que oigo el resquebrejo del inseguro andante, sumido en sus complejos, cae tambaleante al descubrir manejo en el deseo galante.
Es rabia o impotencia, quizá mezcla de ambas, la furia reburbuja por venas que ahora estallan. Calores que sofocan, no son livinidosos, sino más bien jocosos, al ver a este payaso urdir otro fracaso.
Y ahora es cuando llaman a golpes a mis puertas las gotas que hace tiempo creí estaban muertas. Pero no es el momento, así que hacia adentro debo llover ahora, mi cara cuál rocío emana vaho sombrío, y aunque sonrío llora.
Recuerdos maternales arriban a mi mente, lección superviviente de clases muy escasas. Son gasas para heridas, de veneno empapadas, que agravan impasivas la zona lesionada, como cuando era niño y el sino en cruel guiño quiso postrarme en cama durante unas semanas. Hoy no es penicilina la causa de mi inquina, sino puta esperanza que eficaz venganza me niega la entereza para gritar en firme ¡basta de sutilezas, ahora debo irme!
Pero perdí las fuerzas en batallas pasadas, mermada mi paciencia, así también mi rabia. En la semiinconsciencia, yaciendo como en Babia, pétreo me he instalado, ovillo rebujado, de intemperie cubierto, del viento cobijado.
Cuando a casa regrese y el pulso recupere, podré abrazar mi orgullo, habré aguantado el temple. Y será ese pecado el que conmigo duerma, mi laureado ego devora mi alma yerma.

(en este momento una llamada me interrumpe)

Y veo complacido el egoísmo huraño que entero me ha raído y no me he preocupado de aquellos que han mostrado preocuparse por mí cuando ni yo lo hacía. Escucho acongojado esa voz quebradiza y siento avergonzado que tan sólo he hecho trizas la humanidad que albergo y parece torcida.
¿Será que sólo puedo sentir un acto bueno por algún ser ajeno que inspire mi deseo y en cambio soy de piedra, cubierta ya de hiedra, y no puedo inmutarme cuando intentan hablarme personas que en estima me siguen albergando a pesar de que sólo mi espalda les he dado?
Banal es mi temor innato a vivir sólo, si ignorante no aprecio que merece desprecio de manera acuciante, que porte frío semblante, y sea un alma férrea, luzca sonrisa pétrea, tenga una vida etérea.
Lamentos ya tardíos, ecos en el vacío de gritos desgarrados, lanzados demorados, ya nadie los espera, se esfuman olvidados.
Y de igual forma miro con quién estoy sentado. En una silla nadie, enfrente otra vacía y en otra mal posada, una negra mochila. La última de ellas, sostiene a alguien huraño, receptivo a los humos de olor nicotinado, pero ausente del mundo que quiere rodearlo. Soy yo el que ahora deduzco que otra vez la he cagado.

Llàgrimes, on sou?

Y la puta humedad rehúye mi mirada, la invoco sin cesar pero no quiere verme. ¿Por qué mi corazón que antaño compungido regaba generoso mis sábanas y almohada, ahora ya no inspira a mi pétreo lagrimal, que no recuerdo cuándo dejó de funcionar y que me ha condenado a severa sequía, sin darme ni una gota salada como el mar?

Otoño

Tardía la caída
De hojas resecas,
Sin vida.
Apremiante el invierno
Mas resistentes ramas,
Tercas por retener
Su parte yerma.

El viento arrecia
Sin previo aviso,
Con virulencia azota
A este árbol falto de savia.

Aquel tesoro marchito,
Dorado como el oro,
Caduco como la vida,
Se escapa sin remedio.

La primavera es vago recuerdo,
Perdido el reflejo de su verdor,
Atrofiados los lazo que los unían.
Resignado, erguido en su parterre,
Comprende la tragedia.

Desnudo ve alejarse
A la hoja aturdida,
A merced del viento.
Quejosa se arrastra
Sobre las losas grises,
Se oyen sus lamentos,
Carrasposo su roce,
Y el crujido,
Sinfonía del dolor,
Réquiem,
Elegía.

Los añicos que de ella quedan
Aún observan al árbol,
Lo acusan de tirano,
Recriminan pasividad
Ante la ventisca.

Y el árbol desnudo.
Erguido sí, pero perdedor.
A su alrededor las hojas,
Antaño su tesoro,
Hoy muertas experiencias
Le cantan sus desprecios
Con rígida estridencia.

Nit al Rabal

Pulmones hiperventilados,
cofres de jadeos llenos
destapados al no haber
su guardiana, la vergüenza
exiliada tras perder,
en etílica afrenta,
contra impulsos de deseo.

Franqueadas las barreras,
garantes de intimidad,
los amantes adulteran
el dormitorio de otros,
sintechos que yacen
en lechos de cartón.

Ronquidos, banda sonora;
luz escasa, camuflaje,
los amantes, desenfreno;
y Selene, la testigo.

Las corridas, telón.

Lejana aún la cordura,
al abandonar el recodo,
los amantes sortean
la frontera de metal:
la que los separa
de sus separadas vidas.
Poca pericia o empecinado sino
hieren a uno en su mano.
Intrusa línea surca su palma,
zanja luciendo hematíes,
su riego un nuevo trazo
dibujado ahora en su cuerpo
y sellado con la sangre.

¿Ruta de un nuevo destino?
Recuerdo hecho rasgazo.

Trazos de mis trizas

De la ventisca:
Resaca,
Y decisiones precipitadas,
Y cambio de imagen,
Y nuevos actantes.

Del día a día:
Lamentos,
Y proyectos frustrados,
Y naipes desmoronados,
Y misivas sin respuesta.

De mi cama:
Insomnio,
Y manual consuelo,
Y divagar continuo,
Y abrigo nocturno.

De mis cafés:
Charla,
Y versos infinitos,
Y ceniceros llenos,
Y pilares de lo nuevo.

¿Y de mí?
Mudo llanto,
Ajado ego,
Fatigado paso,
Renqueante vuelo,
Colección de rechazos,
Trazos de mis trizas,
Achicados añicos,
Sequedad en la mirada…
Y al final:
Vacío.